jueves, 14 de mayo de 2015

El fuego Fatuo. Análisis y reflexión sobre el absurdo y el suicidio (spoilers)




Comencemos primero con los datos aburridos, para más o menos introducir la obra sobre la que voy a hablar. Una de mis películas favoritas cuyas palabras mías no van a poder hacerle justicia pero que intentarán, no obstante, sacar una perspectiva algo nítida de ésta.

Estamos ante El fuego fatuo, película francesa dirigida en 1963 por el célebre director Louis Mallé (entre sus otras obras destacan Adiós, muchachos, o Ascensor para el Cadalso). Basada ésta en la novela homónima de Pierre De La Rochelle, novelista francés que, como el protagonista de su nóvela, se suicidó en 1945 acorralado por circunstancias políticas relacionadas con diversos artículos que había realizado en favor del fascismo. Sirvió esta novela de homenaje a su amigo, el poeta surrealista, Jacques Rigaut, obsesionado con la idea del suicidio, consideraba que si la vida tenía algún sentido era prepararse para este fin. Finalmente consumó este acto a los treinta años de un disparo en el pecho (tal cuál el protagonista) y dejó la inspiración de sus últimos días al novelista francés. Rigaut, al igual que Alain Leroy (pasaremos ya de llamarle protagonista para llamarle por su nombre) era alcohólico y también estaba internado en una clínica de desintoxicación en el momento de suicidarse.

Tras estos detalles anecdóticos, pero que ilustran en cierto modo el núcleo de la película pasamos la película así, empezando por el título: Fuego fatuo ¿Qué es un fuego fatuo? Una definición convencional refiere a un fenómeno físico: la combustión de algunas materias que se desprenden de las sustancias animales o vegetales en avanzado estado de putrefacción. Suele vérselos en los lugares cenagosos y en los cementerios. Hay quienes dicen que los fuegos fatuos se repliegan cuando uno intenta acercarse a ellos. Otros los confunden con una manifestación del alma de un fallecido. De este curioso fenómeno, reacio a ser explicado científicamente, surgiría una definición más personal y literaria refiriendo al fuego fatuo como aquel que arde inútilmente. Su llama no brinda ni luz, ni calor y lo peor es que se consume sin que nadie lo advierta.



Alain Leroy ( ¿ironía en el nombre? Le roi, el rey en español, acaso una forma de acentuar la debilidad y ausencia de poder de nuestro protagonista) es esa llama. Un hombre que se consume en sí mismo, que no puede tocar las cosas, que no puede acceder a las personas. Es acaso como podemos apreciar tanto al comienzo, como al final de la película. En las primeras escenas (las únicas narradas con voz en off) donde vemos a Alain frente a una mujer, que sospechamos su amante, vemos miradas absortas, vemos rostros inmiscuidos en sí mismos, rostros que no iluminan y que están completamente alejados de entre ellos pese a que sus cuerpos estén completamente pegados. Alain está incómodo, “la sensación se ha escapado como una serpiente entre dos piedras”

L
ydia, la mujer, se lo hace notar, le mira con obstinación, con lástima. Pronto se irá a Nueva York y le dejará ahí de nuevo, sólo, abandonado. Un hombre alcohólico que no soporta la ausencia. Ya su mujer le había abandonado, también se había marchado a Nueva York, “necesitas a una mujer que no se despegue de ti, si no te pones triste y haces tonterías” le señala Lydia. Él mismo lo admite “me conoces bien” le responde. Abandonan el hotel, y Alain le deja el reloj como propina a la encargada, acaso un símbolo de que, efectivamente, el tiempo ya para Alain no sirve de nada, su muerte es inminente.

En un último acto de desesperación, Alain, con un profundo terror al abandono, se intenta sostener al último resquicio que le queda, suplicando casi con lágrimas a Lydia que no se marche. Lydia, con ternura en la mirada, le dice que no existe manera de que pueda quedarse, y es consciente de que le dejará con su peor enemigo, él mismo. Le pide que vaya a Nueva York con él pero “ya no puedes hacer nada por mí, demasiado tarde”


Haciendo un alto en el camino, observemos al problema que nos enfrentamos en esta película. Un problema existencial, el problema ante el sentido de la vida y si merece la pena ser vivida, nos encontramos a Camus en el Mito de Sisifo “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía.” Así nos dice al comienzo de su ensayo sobre el absurdo de la vida. Y Alain está profundamente inmiscuido en ese absurdo. Ilustrativa vemos esa frase de Camus, sobre el verdadero problema de la filosofía, en las siguientes escenas de la película, donde vemos a dos viejos hablando sobre el tomismo, sobre la teología y su separación de la filosofía, sobre el saber o el creer; mientras que los comensales hablan de otros temas, cada uno mira a otro lado, están inmiscuidos en sus vidas, Alain Leroy solo les dirige la mirada con una sonrisa, como el que observa un espectáculo intrascendental y frívolo. No acaba de creer nada de lo que dicen, pero escucha.


Alain necesita un lugar donde permanecer, teme el abandono, de la misma manera que teme la espera. En su santuario, su habitación en la clínica, vemos como se recrea en esa espera, en esas ausencia de Dorothy, su mujer que le abandonó para irse a Nueva York, plagada está la habitación de fotos suyas, y él las observa, se lamenta y se sumerge en su espera “Dorothy, Dorothy, Dorothy” repite mientras va de un lado a otro del cuarto. En la habitación: una fecha: 23 de Julio, acaso el vaticinio de su muerte; un reloj que marca la hora, inmediatamente él la adelanta para que deje de sonar; una pistola envuelta en seda que Alain saca de su maleta, noticias fúnebres esparcidas en diferentes lugares del cuarto; un tablero de ajedrez con una partida empezada con el doctor de la clínica, el plantea la jugada “mate en cinco movimientos” proyecto y espera, se ilustra el quietismo de nuestro protagonista en esta escena, ve el tablero, ve las fichas, pero no puede moverlas, debe esperar a que su contrincante mueva ficha, y cuando lo haga, de nuevo tendrá que esperar.


Sartre decía en su conferencia El existencialismo es un humanismo, que solo hay libertad en la acción, que “El quietismo es la actitud de la gente que dice: lo demás pueden hacer lo que yo no puedo” Alain es por tanto un esclavo del quietismo, no es libre porque no es capaz de moverse, no es capaz de tocar. “¿Sigue teniendo esas angustias?” le pregunta el doctor “no son angustias, es una angustia, permanente” le responde resignado Alain

El doctor le dice que ya está recuperado, que debería irse, un racionalismo clínico que exaspera a nuestro protagonista. No es una cuestión de estar recuperado o no, no es una cuestión de ser alcohólico o no, es una cuestión de ser abandonado ante uno mismo, ante la absoluta soledad “si me voy, volveré a beber” dice Alain, el doctor lo niega, afirma que ya está perfectamente, pero es simplemente porque no ve la naturaleza del problema. “Sois mi familia” le había dicho previamente Alain a una de las compañeras de la clínica, y efectivamente. No es el abandono de la terapia lo que le aterra, le aterra la soledad.

Alain teme ser abandonado porque ya se ha abandonado a sí mismo, su voluntad ha dejado de existir, es en los demás donde espera que le sostengan de esa caída a la que se ha sometido. Está en el vacío, esperando que le llegue un proyecto, y espera desesperadamente que alguien sea capaz de dárselo, ya que él no puede, está sometido a la espera, y la espera no es más que la observación del vacío, del vacío del mundo, del vacío de uno mismo, y de la nada existencial. Es acaso la muerte lo único que podría tocar.


Alain está determinado, no puede soportar estar sometido a esas circunstancias que le atormentan, así que, con la pistola en la mano declara “La vida, conmigo no transcurre lo bastante deprisa, así que la acelero” y mientras se recuesta en la cama, afirma con una frialdad tan rotunda como la realidad a la que se somete “Mañana me mato”


El comienzo del fin, Alain se prepara al día siguiente y se dispone a ir a París, cuna de sus mayores vicios de juventud, testigo de su caída en el alcoholismo y portadora de aquellas personas que acaso vieron en algún momento de sus vidas, aquel joven que pudo rezumar algo de pasión en su juventud, fuego que ahora es inexistente, o más que inexistente, fatuo. Mientras se prepara piensa en un telegrama para su mujer en Nueva York, piensa en serle sincero, en mostrarle realmente cuanto la necesita, como le duele su silencio. Finalmente decide que es inútil, que ya su voluntad está mermada y ¿para qué hacerla sufrir? Le dice que ya no haga caso a la previa carta que le envío “tírala, ya no quiere decir nada” le dice que está curado, que tiene proyectos, y que todo va bien. No extendamos la miseria, parece decirnos Alain en estos instantes.

Va a París, donde se encuentra con los conocidos antes mencionados. Así en primer lugar va al hotel donde permaneció los días en aquel pasado turbulento. Le reciben entre gestos de sorpresa e impostada alegría, marcadamente hipócritas “¡No ha cambiado nada!” le dice una de las encargadas del hotel a Alain, para luego comentar con su compañera “Pobre, como ha cambiado, su cara… “, “Y su voz, ¿se ha fijado en su voz?” le responde la compañera. El camarero del hotel, quien le habla de los viejos tiempos mientras que Alain, que no le escucha demasiado ni le responde, se muestra más sincero “Ni siquiera le he preguntado como ésta, tiene mala cara”, “He estado enfermo, pero ya estoy mejor” finge Alain, “Pues no lo parece” le vuelve a responder el camarero.

Tras esto, nos encontramos en la película ante una de las secciones más importantes, que marcan bien la diferencia entre un hombre que se ha construido y otro que acaso es solo ruinas. Alain va a visitar a uno de sus viejos amigos de juerga, Dubourg. Cuando llega a su casa, Alain se sorprende por como ha sabido construirse su compañero. Una asistenta, una bella esposa, dos hijas adorables. Dubourg se ha convertido en el clásico burgués y enfrenta una visión del mundo radicalmente opuesta con la de Alain: materialismo frente a idealismo; conformismo frente a inconformismo. A su amigo las cosas ya no le divierten, no se rigen por la pasión, ha controlado su vida, y ahora su mundo es un mundo de interés racional, no de pasiones. Dan un paseo, comparten historias, comparten ideas. Poco a poco se va tensando la situación, se van explicitando los caminos tan diversos que ambos han tomado en sus vidas, Alain considera mediocre la vida de Dubourg, no es capaz de concebir una vida exenta de pasiones “Conmigo te equivocas, vivo más intensamente que en la época de las borracheras” responde Dubourg. Palabras estériles para Alain, que está inmiscuido demasiado intensamente en su propia desgracia y no es capaz de concebir esos otros intereses. “Las cosas bien hechas son maravillosas” le dice Dubourg a Alain, pero él afirma no tener ni idea de lo que es eso.  “Te aburres”, “No tienes los ojos brillantes de antaño” Alain intenta que Dubourg afirme su mediocridad, que afirme que se ha sometido a la esclavitud burguesa. Él lo mira con ternura y lástima, sabe que no le entiende, no entiende de esas pasiones ajenas al alcohol y a las mujeres, pero se da cuenta de que no puede transmitírselo.

En el lenguaje de Alain solo surge una palabra: esperanza. No vive en la vida, vive en la proyección de lo que podría ser vida, vive sin vivir. Pero Dubourg ya no tiene esperanza, Dubourg habla de certitudes. “Conténtate con esta mediocridad y reencontrarás la fantasía tal y como la has perdido. Eres débil y perezoso, rechazas las certidumbres porque te dan miedo. ¡Haces apología de las sombras porque el sol te quema los ojos!” Ve en Alain a un adolescente reprimido que no quiere ser adulto, el que solo sea capaz de ver espejismos, el que vea en toda certitud una mediocridad, hace que su vida no haya sido más que una mediocridad dorada como el mismo Dubourg define. 




Tras el vano intento de sumergirse en su amigo Dubourg, quien se empañaba en hacer que viera las cosas como él en vano (“Dubourg, eres mi amigo, si me quieres, me quieres como soy. Quiero que me ayudes a morir, nada más” le respondía Alain, dejándole claro que nada podría hacer para adentrarle en su mundo) se encontraría con otra vieja conocida. Una artista que vive en un mundo de bohemia rodeada de otras personas de su condición. Les vemos quietos, estáticos, como maniquís. Solo uno es el que habla “nosotros, los poetas” dice. Es Urcel que parece proclamarse el mensajero de ese tipo de vida, la vida del artista, acaso otro lugar en el que refugiarse ante el absurdo de la vida. Pero Alain solo ve “formas vacías” en estos, y acaso esas personas que mantienen una mirada estática, sin pestañear si quiera, ilustran esa estética burda a la que se han visto conducidos. No cree en ellos. Se marcha de nuevo “Solo he venido a despedirme”

Busca a otros viejos amigos, Jerome Minville, y su hermano, otros que creían confiar en una causa, algún tipo de movimiento revolucionario que no se especifica. Alain no tiene conciencia política, considera estúpidas esas acciones, infantiles locuras... Pero lo que no comprende es que quizás la locura de la acción sea el sentido que ellos le encuentran a la vida. “Ya te lo he dicho, somos cabezotas” le dice Jerome.

No hay palabras en la siguiente escena a que estos viejos amigos se vayan, y le dejen solo con una copa en la mesa, pero quizás sea el punto de inflexión que aproxima a Alain a su fatídico final y que marca el último capítulo de esta particular “crónica de una muerte anunciada”. Alain vuelve a beber y le entra la náusea. Suena la Gnosienne nº1 de Erik Satie, los planos proyectan a la gente desde la visión de Alain, casi se puede tocar la ausencia, el aislamiento: jóvenes, mujeres caminando, parejas charlando de cualquier trivialidad; todos con sus particulares universos, en sus particulares vidas, todos lejanos. Una chica joven, cerca suya, mece su silla y le observa, Alain la ignora, ella parece intentar atraerle con la mirada, pero él no puede sumergirse en ese juego.   A otro lado, un anciano roba los picos de la mesa y se los mete en una bolsa, observa la mirada de Alain y se siente objetivado y violento (“el infierno son los otros” de Sartre) Alain retira la mirada, le es indiferente esa acción, no pretende violentar a nadie, solo observa, como el que observa tras una ventana, no quiere sentir que la gente le observa a él (“que ignominia todo”). Finalmente, se acerca la copa que quedaba en la mesa y bebe, sumergiéndose así en una desasosegante náusea que le hará vagar tambaleándose por las calles de París, hasta llegar a su próximo destino, una aristocrática casa donde había sido invitado a cenar.


Importante punto de inflexión, esta cena. Llega a la casa mojado, sudado, alcoholizado y destruido. Se queda a dormir un rato para luego enfrentarse a la mesa a sus demonios, que materializará y exteriorizará en una especie de desahogo catártico donde veremos reflejados explícitamente todo aquello que antes se pudo sospechar. Brancion junto a Solange, éste, un pedante que no deja hablar de asuntos intelectuales, mientras que Alain le devora con la mirada, con odio y desprecio; ella, una antigua amante suya, es en ella donde Alain ve la auténtica belleza y donde quizás pudiera encontrar alguna salida.

Se cuenta en la mesa una historia sobre una de las aventuras de borracho de Alain, cuando él se durmió sobre una tumba, se hace el silencio y Brancion le juzga la mirada, no le gustan los borrachos. “Tiene razón” le diría Alain con desprecio e ironía “no encuentro tampoco divertido dormirse sobre una tumba, con lo fácil que es abrirla y meterse dentro” Acaso su mirada frente a él es una mirada de envidia, es capaz de conquistar a todas las mujeres presentes en esa cena (salvo a Solange) al igual que es capaz de sumergirse en temas intelectuales y presumir de ellos “Es un marciano, envidio su tranquilidad” reconocería, copa en mano “Admiro lo que hace, porque no cree en ello”
Se toma la copa de un trago y comienza un monólogo que ilustra a la perfección su condición. Rompe la copa en la mano y grita, la cámara va de un lado a otro, se marea, como él mismo se siente mareado “No puedo tocar las cosas, además, cuando las toco, no siento nada”  No puede desear, no puede desear a todas las mujeres que están allí, les causa pavor. Se dirige hacia Solange, “Solange, tú eres la vida, escucha la vida. No puedo tocarte, es horrible. Estás aquí delante de mí, y no hay modo, no hay modo. Así que voy a intentarlo con la muerte” Desesperado, en un vano intento de salvar su vida y como si de una diosa se tratara  se arrodilla ante ella y le clama “Irse sin haber tocado nada: belleza, bondad, y todas sus mentiras, pero tú conoces los milagros, ¡toca al leproso!” Ella le responde que es cuestión de momentos, que tiene a Dorothy, a Lydia, y que ambas aman, como ella, las cosas bien hechas. “Las cosas bien hechas”, ya lo dijo Dubourg previamente, y como un rayo le ataca de nuevo la misma frase. No entiende eso, no entiende lo que es algo bien hecho. Es un extraño en ese mundo y una resignada náusea, un último grito de desesperanza nace de esas palabras pronunciadas por Solange, inmediatamente tras ello, se marcha.


Se marcha de la casa, pero uno de los asistentes a la cena le acompaña, en un ambiente más íntimo, en unas breves y hermosas palabras, Alain le resume sus miedos “Me hubiera gustado cautivar a la gente, retenerles, ligarme a ellos. Que nada se moviese a mi alrededor. Pero siempre ha salido todo corriendo” le dice al chico “¿Tanto amas a la gente? le responde éste “Me hubiera gustado tanto ser amado, que creo que amo”

La suerte está echada, la vida le ha decepcionado, la gente no le ha transmitido nada en sus viajes, solo unos cuantos consejos que él no ha logrado comprender, muestras de cariño estériles... Ha perdido la capacidad de sentir el mundo, lo único que puede sentir es esa soledad y la humillación de sentirse débil. Sus ideales no sostienen su cuerpo, “tengo sensibilidad en el corazón, pero no en las manos” Es un paria de su voluntad, no entiende, ni puede entender. “Credo ut intelligam” decía uno de los ancianos al principio cuando hablaba de la fe y el conocimiento, primero se cree, luego se piensa. Acaso en él esa es la pieza que le falta, solo ve pensamientos estériles, pero su sentimiento está plagado de una bilis de la que no puede deshacerse con palabras inocuas y formas vacías. Si no siente el mundo, de nada sirven las palabras, de nada sirven los “te queremos mucho Alain” que le dice Solange por teléfono inmediatamente antes de que de riendas a su fatal destino. La vida le ha decepcionado, o acaso la proyección que él ha creado de la vida. “Un rostro espantoso es la expresión de un mundo espantoso posible” decía una cita de alguien que no recuerdo. Y es en efecto lo que vemos en Alain.

La película no nos dice que él tenga razón, tampoco dice que los demás lo tengan. Solo nos muestra su mundo. No hace apología del suicidio, ni apología de la vida burguesa, muestra unos sentimientos, muestra un infierno, un mundo posible, tal cual un observador que no un ensayista. Algunos le calificarían de débil, cobarde como diría su amigo Dubourg, pero acaso él mismo podría verse como tal por no encontrar ningún modo posible de salir de ahí. Un cobarde es cobarde respecto a algo, ¿pero si no tiene herramientas para luchar? ¿Si él mismo es una herramienta rota? Es difícil juzgar, por lo tanto la rotundidad de las palabras de Nietzsche a este respecto quizás se me escaparían, no podemos meternos en la piel de otra persona, y a veces no podemos ser capaces de saber hasta donde puede llegar el sufrimiento, la esterilidad con la que uno se proyecta.

Alain no se ve capaz y elige, frente al quietismo, frente a la espera, toma una decisión. En la cama, tumbado, con el pijama puesto, coge su pistola, se busca el pecho y se dispara. Quizás esa la elección más libre que ha podido tomar, el acto más trascendente que ha podido realizar. Dejando como epitafio el siguiente “Me mato porque no me habéis amado, porque no os he amado. Me mato porque nuestras relaciones fueron cobardes para estrecharlas. Dejaré sobre vosotros una mancha indeleble”




No quisiera tampoco, tras finalizar el análisis de esta película que considero simplemente maravillosa en cada uno de sus apartados, limitarme a sacar conclusiones antropológicas. No creo que hablar de conclusiones en este caso sea acaso la palabra más adecuada. No nos ofrece esta película una idea del ser humano, vemos la idea de un ser humano. Un ser humano que ha sucumbido a la miseria del absurdo que Albert Camus pronosticaba y solventaba de una manera un poco torpe (no me convencen las soluciones que propone el escritor existencialista al absurdo de la vida). Desde un punto de vista fenomenológico, no podríamos hablar de la película como una sucesión de hechos, sino como una descripción de experiencias vividas, descripciones que en todo caso no me gustaría simplificarlas a las construcciones lingüísticas literales de las frases de Alain Leroy, sino más bien como un intento de abstracción de esas experiencias, una comprensión sensorial del mundo de apatía en el que él vive, de un mundo sin tacto. No podemos decir que la conclusión del suicidio sea o no sea una conclusión lógica, es solo una conclusión, una finitud a su capacidad de elección, voluntaria y electa, y en consecuencia perfectamente válida. No creo que Sartre pudiera criticarle esta acción, acaso lo que Sartre criticaba son las acciones que no se basaban en la libertad y que buscaban como fin la propia libertad, ¿pero acaso hay un acto más libre que el suicidio?

Somos seres frágiles, ya decía Pascal: una caña, acaso el objeto más frágil de la naturaleza, pero una caña pensante. ¿Pero cuál es la línea que separa la voluntad de la razón? Somos pensantes, pero ¿acaso el serlo puede darle sentido a nuestra vida? Es un tema de difícil calado, ya que el asunto del suicidio más que un asunto intelectual es un asunto sentimental, el problema es cuando los sentimientos son recogidos por la razón dándole una explicación racional a este fin. Albert Camus se pasa el Mito de Sísifo hablando sobre el absurdo de la vida para luego intentar encontrar alternativas, ¿lo hace? No en mi opinión, acaso lo que hace no es más que una alternativa al “salto de fe” de Kierkegaard, no renuncia al absurdo de la vida pero sí quizás que se aferra a él con un romanticismo casi ciego, la toma como si fuera un juego. Nietzsche nos habla de la voluntad de poder, pero poder ¿hacia qué? En la película vemos a Dubourg, sumergiéndose en su interés por la egiptología y en el cuidado de su familia. ¿Es eso un refugio? Y si lo es, ¿lo es para todos? También vemos a los artistas, que parecen sostenerse sobre las brumas del arte, o los participantes en causas perdidas políticas. Todos parecen tener algún tipo de foco, algún tipo de interés que les distraiga y todos parecen creer en ello. El problema de Alain es que ya no cree en nada porque nada siente, no podría tener una familia, porque no es capaz de amar, no es capaz de interesarse por el arte, porque no lo siente, ni es capaz de participar en temas políticos, porque no le interesa. Alain sucumbe al vacío, Alain se pone cara a cara frente al absurdo, salir o no salir de ahí. No seré yo quien justifique una u otra razón, ni sería yo quien le explicara por qué debe o no debe hacer eso. Son situaciones frágiles y yo, un humilde estudiante que está lejos de saber responder a todas esas preguntas.

Si algo puedo destacar del filme es su capacidad de no simplificar la realidad, de exponer los puntos, no como argumentos en un debate, sino como vivencias. Es acaso lo que la hace válida, válida como la vida misma y las vidas de cada uno que nosotros observemos. No hay verdad ni hay mentira, solo existe la vida y así se nos muestra. Cinematográficamente me parece excepcional: en cada uno de sus planos, en la elección musical... Maravillosa la interpretación de Maurice Ronet en el papel protagonista, sabiendo transmitir en cada palabra y en cada gesto la sensación de desasosiego de su personaje.


Lo único que pretendo con este análisis es quizás extender y resaltar los elementos de la película, dar rienda suelta a mi opinión y expresar aquello que he creído ver. Sin embargo, creo que la película habla por sí misma, y que la mejor manera de apreciarla no es leyendo un trabajo, sino dejándose seducir por ella.

Agradecer algunos datos al fantástico artículo sobre esta película en Contraplano

domingo, 22 de marzo de 2015

He renunciado al cielo y a sus grandilocuentes atardeceres
Solo en la periferia de la muerte encontré a verdaderos ángeles
ángeles sin alas ni aureolas de oro
ángeles de ojos secos donde tiembla un desierto
pieles de ceniza y sonrisas quebradas:
curvas inapreciables donde nace el espejo

En sus estertores descifré los cantos más bellos
Lejos de los edulcorados éteres
de los aspirantes a la gloria divina
a la armonía de acordes mayores

En vosotros encontré un hermano
En vuestra miseria sincera que arrolla trenes
En la pétrea corteza que esconde vuestro infinito

En el espíritu que no sustenta el cuerpo
deslizo un amor insondable
terrorífico como el abismo que nos separa
Me atomizo en tierra
me hago arena
Este dolor que canta mientras grita
se hace crujir del viento

No pude elegir
pero ahora elijo lo que me fue impuesto
La herida del hemofílico
la sangre que se derrama como atardeces líquidos
la aridez metálica del Sol Negro

Me sumerjo en la sordidez
como en su oxígeno el suicida conformista
como el cobarde a su rutina inapelable
como el hombre a su animalidad
como el mundo a su ciclo

Hablo en nombre del humillado, del sacudido
de los agonizantes que respiran hierro
de los predicadores de lenguas extirpadas
de los soñadores que prestaron sus ojos al horizonte

Inundado de infinito y de infierno
viviendo en las cornisas
acariciado de locura

Me he armado contra el vértigo que me apuntaba
He afilado mi coraje en el cañón de su fusil
Mordiéndolo
Me deslizo en las cadenas de la miseria y juego
Me acuna el absurdo y bailo al son de su nana.

domingo, 1 de febrero de 2015

Fuego fatuo

Era noche de bruma, sin viento.
Él estaba en la azotea,
un papel curtido con algo escrito 
en una mano, 
unas cerillas 
en la otra.
Le prendió fuego al papel
y lo lanzó al vacío.
Cinco pisos, 
se consumió antes de tocar el suelo. 
Luego se lanzó él, 
se estampó contra el suelo, 
rebotó casi dos metros. 

La gravedad no entiende de poesía.

viernes, 30 de enero de 2015

Estos idealistas...

Se montaba en los autobuses
con un libro de poesía en la mano
Cada vez que paraba el autobús
miraba de reojo
a ver
si una chica guapa se montaba
y quien sabe si quizás le miraba
y le preguntaba sobre el libro
y entablablan conversación
y él le pedía el número
y quedaban al día siguiente
en aquel bar bohemio de la esquina
y hablaban sobre literatura y arte
y sobre cine
y acababan yendo a su casa
y hacían el amor salvajemente
sintiendo una catarsis
de belleza y placer

Un día, efectivamente ocurrió
Una chica guapísima se sentó a su lado
y le preguntó sobre el libro
pero el muy capullo
no tuvo ni idea
de qué responder.

Artista de la sed

Soy un artista de la sed y tú lo sabes.
Has podido verlo esas veces que me oíste gritar,
entrañas en las manos, dentelladas en los ojos,
en vanos intentos de aterciopelar el rostro de animales malheridos,
de hombres elefante maldecidos por la fatalidad de la miseria.
Pero eso, y tú también lo has visto,
no conseguía mas que ensordecer al sordo,
enmudecer al mudo
Bruma sobre bruma
Vacío sobre vacío

Pero dejaré los gritos, y tú
ya no recibirás mas abrazos de cristales rotos
(Tú, poeta con ojos de fuego y sangre)
No pretendas contornear lo insondable, marcar distancias a estos vértigos
Sigue abrevando con manchas de tinta corazones armados de fiebre
(con esas miradas de vino que derriten las ciudades)
Que yo mientras intentaré descifrar la música que la vida me esconde,
e intentaré hablar del cielo aunque mis palabras estén manchadas de tierra


No transformes este susurro en un grito, ni mis caricias en metal
Como un prisma, sigue reflejando en tu mirada el infinito
(con tu corazón en una mano y el mundo en la otra)
Yo solo soy un cristal con el que te cruzaste un día,
y en el que pudiste verte reflejada, sin cesar el paso
Unos ojos que te acompañaban solitarios hacia aquello que solo tú creías ver
Una rosa anónima que alguien dejó tras tu puerta, tras limar las espinas


Y todo esto que recolecto en forma de suspiros,
no son mas que fragmentos de tu propio aroma
porque nada creo con estas palabras,
solo soy un espejo curvado e imperfecto que te refleja
una caricia de bruma desde algún abismo insondable
una mano compañera, que nada se permite esperar.
Solo soy un simple artista de la sed,
y eso
ya lo sabes

martes, 23 de abril de 2013

Un día más, un ladrillo más (relato)

Despierto, en la vaporosa línea entre la somnolencia y la realidad, un momento de calma, apenas un instante, un suspiro, un leve momento de cándida inconsciencia, un segundo inmaculado y puro donde no existe el sufrimiento ni el dolor, solo la perspectiva inocente de un niño que despierta, un segundo que recoge lo mejor del trayecto de mi día. Tras él, el mundo cae sobre sí mismo, la gravedad se multiplica y como si tuviera un torniquete apretado con saña, mi corazón palpita con fuerza y dolor, y cada latido es como una punzada con una daga ardiente y otra y otra al ritmo en el que los recuerdos acceden a mi mente, y la nostalgia y la ausencia y el peso de todo hinche mi corazón de una sensación desamparada y loca. Me hundo en la almohada como si eso me fuera a servir para volver a escapar del mundo, intentando recuperar aquel efímero instante, intentar volver al mundo de los sueños donde me siento seguro y a salvo contemplando oníricas e idílicas visiones. Pero no es posible no, ya no puedo dormir más, mi día ha comenzado.


Remoloneo en la cama, sigo estando cansado, pero no puedo dormir, es otro tipo de cansancio, un cansancio interiorizado que camina conmigo a lo largo del día. No tengo obligaciones, hace tiempo que dejé de estudiar o de buscarme un trabajo. Como suele hacerse en sociedad, me suelen achacar todo esto a la pereza, a la holgazanería y demás adjetivos despectivos con los que la sociedad suele tildar a aquellos que se alejan de la tónica común de un ideal burgués. Yo lo achaco simplemente a mi propia debilidad y honda depresión por la que constantemente vivo. Por suerte o por desgracia, mi madre con la que vivo únicamente, no se preocupa por estos aspectos, por una parte no se preocupa de que estudie o no, pero en consecuencia de esto, tampoco se preocupa por nada relacionado con mi persona, simplemente coexistimos y yo me alimento con el dinero que ella me otorga (proveniente de la pensión de mi padre, pero poco importa eso) y con ello sobrevivo, que es al fin y al cabo lo que hago constantemente, sobrevivir al árido y hastiado camino en el que se limita mi vida actual, con sueños difusos y ciertos momentos puntuales de pureza espiritual que me llenan de gracia y amor, me llenan por completo de belleza y me otorgan esperanza, pero son difusos, tenues y muy localizados en el tedioso circuito por el que se suele regir mi vida.


Tras un buen rato echado en la cama, sin saber muy bien si levantarme o seguir acostado con la esperanza de que vuelva a concebir el sueño, con momentos de confusión en los que no estoy seguro cuando sueño que sueño o cuando estoy realmente despierto, me levanto finalmente. Con esa clásica desesperanza ya propia en mí de no saber donde poner mi próximo pie en el día. ¿Qué hacer? Horas y horas de un nuevo día hoy bien ilustrado por las nubes y la lluvia, y yo, yo simplemente no sé que hacer, así que simplemente empiezo por desayunar.. Voy a la cocina y me preparo unas tostadas, me siento en la pequeña mesita de la cocina y enfrente está sentada mi madre, desaliñada, lívida, silenciosa, casi ausente, parece no percatarse de mi presencia, parece recorrer los paisajes de algún sueño, una idea, un recuerdo, Una imagen ya clásica de las mañanas, ella intenta ocultarse tras una patética máscara de cortesía preguntando cosas al rato, cuando parece percatarse de que efectivamente estoy allí, junto a ella "¿qué te apetece comer hoy, hijo?" dice con un tono ridículamente fraternal y artificiosamente dulce. Silenciosa sufridora es mi madre, y me compadezco, pero no puedo ayudarla, al igual que ella no me puede ayudar a mí. Somos dos almas completamente distintas en universos demasiado alejados, ambas complejas a su manera pero imposibles de unir. Por ello nuestras conversaciones se limitan a absurdas trivialidades o banales comentarios meteorológicos o culinarios. Tras ello, mi madre vuelve al cuarto de baño donde materializa esa máscara de cortesía en forma de maquillaje y complementos bajo los cuales puede ocultar su rostro demacrado por el sufrimiento para luego salir a la calle y realizar su rutina de ama de casa lo cual más que sentirlo como una obligación, lo siente como un refugio por el cual matar las horas y ocupar su cuerpo y su mente en tareas triviales.


Tras oír el golpe de la puerta posterior al trémulo y casi agónico "Hasta luego hijo" de mi madre, el piso se sume en el silencio y bien es sabido por todos aquellos que experimentamos la soledad, que el silencio es el mayor de los ruidos y es aquí donde el ruido quería hacer su mayor presencia. Yo intentaba ocultarlo con música, pero hacía tiempo que la música no me llenaba, pasaba por mis oídos indolentes como si se tratara de un simple sonido sin dirección ni lugar predestinados sin causarme la más mínima sensación que alterara alguno de mis apáticos sentidos. Lo había intentado también refugiándome en la poesía o en los libros, y en ocasiones lo conseguía, las letras conseguían por un momento callar ese incesante ruido que me quebrantaba y lograba sumirme en una leve espiral de belleza lírica, ocasiones puntuales que precisamente por su existencia tan bella y mágica, hacían más frustrantes aquellos momentos en los que me situaba frente al libro pero mi alocada mente divagando por tantos lugares a la vez que ya no sabía exactamente donde localizarla, no era capaz de focalizarse en las palabras ni seguir el ritmo de una historia o de unos versos, y es ahí cuando la frustración hacía que lanzara los libros y me quedara simplemente tirado en el sofá, cama, sillón o donde fuera que estuviera tirado, respirando entrecortadamente, sintiendo una enorme impotencia y frustración y sintiéndome mucho más solo, y no simplemente solo, sino viviendo constantemente frente al peor enemigo que un hombre puede tener, él mismo, ya que nunca podría librarse de él excepto en la muerte, idea que constantemente pasaba por mi cabeza para dar final de una vez por todas a todo este patético devenir de emociones. La soledad pesa mucho más cuando no eres capaz de refugiarte en nada, ni en los libros, ni en la música, ni en el cine, ni mucho menos en ti mismo.


Así que ahí estaba yo un día de tantos sumido en el peor de los silencios y con horas y horas por delante de un nuevo día, cada día era un constante pensar en qué hacer, pero mi apatía no se mostraba muy interesada en ayudarme con esta labor. Algo tenía que hacer, desde luego, no podía condenarme a simplemente tirarme en el sillón y poner cualquier programa de telebasura de esos que mas que abundar, pueblan unánimamente la televisión, mientras miro el reloj y celebro cada minuto que pase en él, o hacerlo más apacible simplemente buscando una de tantas pastillas antidepresivas que tenía mi madre en uno de sus cajones para así aletargarme y quien sabe si con un poco de suerte podría llegar a dormirme, o al menos simplemente quedarme tirado en el sillón, mirando el vacío con una sonrisa de palurdo como una estúpida adolescente que observa el rostro de un chico prefabricado de cartón por la repugnante pompa hollywodiense. Bueno, desde luego era una posibilidad, pero eso no haría más que alimentar la apatía rodeándola constantemente de melancolía y en definitiva, ahondar más y más en esa espiral de depresión. Debía sacar fuerzas de donde fuera y hacer algo nuevo, así que en uno de los pocos actos impulsivos que había realizado en mucho tiempo, me vestí rápidamente, cogí el paraguas y salí a la calle a... no sé, simplemente salir, a cambiar un poco de aires.


Lo primero que pude notar al salir a la calle era el enorme frío que hacía, estaba bien abrigado con una camiseta interior, un chaleco de cuello vuelto, una sudadera y un anorak por encima aparte de guantes, una bufanda e incluso un gorrito con orejeras bastante hortera (en general mi apariencia era bastante hortera y ridícula, pero poco me importaba eso en estos momentos) pero aún así el frío me calaba en los huesos y me hacía tiritar, no era una sensación agradable desde luego, pero al menos era una sensación. Me limité a seguir andando con las manos en los bolsillos, tiritando y resoplando, andando hacia... no sabía muy bien adonde dirigirme. Mi barrio estaba un poco aislado de la zona céntrica de la ciudad donde había más vida, pero que sin embargo me ocasionaba una mayor ansiedad y agobio el sentirme tan alejado de casa y rodeado de desconocidos, así que simplemente fui a buscar alguno de los pocos sitios interesantes que se pudieran localizar por mi barrio, el primero que se me ocurrió era la biblioteca situada a un par de kilómetros de mi casa.

Emprendí la marcha un tanto desesperanzado por esa sensación interiorizada de no creer que fuera a encontrar nada meramente satisfactorio más allá de lo que pudiera tener en mi casa, tirado en la cama y aletargado como bajo los efectos de algún sedante, pero igualmente emprendí el camino.

Un teatro onírico e imaginario empezaba a recorrer como fantasmas procedentes del pasado ese camino a la biblioteca que yo había recorrido tantas veces y ya no solo eso, sino los lugares que existían en el camino donde había vivido yo tantos momentos en el pasado. Y mi cabeza los situaba allí, delante de mis ojos mientras caminaba casi como si físicamente estuvieran allí. Pude visualizar a mis amigos de un pequeño parque de cemento donde solía jugar al fútbol, o aquella esquina en la que con un grupo posterior solíamos colocarnos varios colegas a hablar sobre trivialidades como deportes o videojuegos. O el banco contiguo a unos preciosos árboles, acogedor e íntimo donde besé por primera vez a una chica de la que estuve locamente enamorado. Todo pasado y nada restaba ya de aquellos momentos en los que pude sospechar un atisbo de lo que entonces no sabía valorar, la felicidad, nada restaba más allá de los recuerdos que me ahogaban. Desde luego este paseo no me estaba haciendo ningún bien, y ya no tiritaba solo por el enorme frío, sino por los recuerdos que enviaban escalofríos a cada nervio de mi cuerpo. Era una fuerza superior a mí. A menudo me preguntaba el por qué de esta debilidad, ¿por qué tenía esta sensibilidad que hacía que todo me afectara de una manera tan escandalosamente dolorosa?

Miraba con envidia a la gente que pasaba, a las parejas aparentemente felices bajo el regazo de un paraguas y el regazo de un abrazo mutuo, mi visión del amor desde luego era idealizada, y alcanzaba mucho más allá de lo que esas parejas comunes podrían alcanzar a sentir del uno del otro, quizás fuera demasiado idealizada, quizás no fuera real quizás simplemente lo viera así por el gran peso que ejerce la ausencia en toda sensación por lo que quizás mi visión de todo estuviera alterada por mi dolor, y mi dolor convirtiera aspectos de la vida en algo mucho más grande. El caso es que yo, ahí, en plena calle lluviosa, en soledad y cada vez más lejos de mi casa me sentía débil como una hormiguita ante una multitud, me sentía increíblemente pequeño hacia la inmensidad de lo que el mundo pudiera llegar a ofrecerme y por ello para mí el mundo me sobrepasaba y sus sensaciones me nublaban de belleza y dolor y me producían una sensación desasosegada de agobio que nada podía calmar.

Ya hacia la mitad del camino, me vino el vértigo y la duda, seguir mi camino hacia la biblioteca, lo cuál sería otro kilómetro andando o volver a mi casa. Ambas opciones me parecían increíblemente lejanas ya en ese momento, pocas veces me había atrevido a alejarme tanto de mi hogar. Mi voluntad quería seguir, me decía a mí mismo “ya hemos llegado hasta aquí, sigamos hacia delante” Pero mi nostalgia me tiraba hacia atrás. Me forcé a mí mismo a seguir hasta que al fin llegué a la biblioteca, puse el paraguas en el primer paragüero que vi y me puse a… a… no sé, realmente no sabía que quería hacer pero en cierto modo simplemente buscaba una ruptura con la rutina, alguna novedad. Y mi pequeña personita le echo el ojo a una chica, ¿cómo no?. Más allá del dolor y más allá de la trascendencia con la que intentara dotar a mis sensaciones, seguía siendo un animal, un animal con instintos sexuales que olfateaba por presas a las que echarle el guante, y allí estaba esta chica preciosa ojeando la sección de poesía. Más allá de los instintos sexuales que me pudieran atraer de ella, emanaba algo interesante, y el propio hecho de que ojeara la sección de poesía le daba puntos. Tenía una mirada penetrante y una languidez de movimientos que inspiraban tranquilidad y paz espiritual, vestía austeramente pero con cierta elegancia, pero largo y suelto, delgada y piel clara, mi tipo, vamos.


Me procuré acercar a ella como el niño tímido que se acerca a la chica que le gusta que era, por fuera mi apariencia debía ser ridícula desde luego, si hay algo que espanta a las chicas es un chico que inspire baja autoestima, pero yo la inspiraba, porque la sufría en muchos aspectos, y mi físico no ayudaba desde luego y mucho menos mi vestimenta. Me puse a ojear libros, mirándola de reojo, esperando alguna reacción suya a que yo me interesara por libros similares por los que ella se interesaba, pero no me atrevía a hablar con ella. Por momentos hice el amago, pero no me atreví. ¡Dios mío! ¿Tan difícil era abrir la jodida boca y comentarle cualquier cosa? Era la impotencia misma, un enorme muro que separaba nuestras almas a pesar de que nuestro cuerpo físicamente estuviera tan cerca. Ella apenas me hacía caso, estaba a lo suyo, y yo no hacía mucho para evitar esa indiferencia.


Terminó de ojear los libros, al darse la vuelta hacia la salida me vio, me sonrió y me saludo, yo tartamudee como un estúpido y no fui capaz de devolverle el saludo, por lo que me autoflagelé psicológicamente en cuanto la vi marchar por la puerta mientras yo la miraba con cara de estúpido partir.


Me marché un rato después, ojeando libros pero sin prestar atención tan siquiera a lo que estaba viendo, simplemente no quería encontrármela por el camino (a pesar de que en realidad estaba deseando). Volví a mi casa, dos kilómetros de duro viaje donde se repitió aquellas visiones, donde toda la nostalgia volvió a plantarse frente a mí y a maltratarme, y ahora se le unía el peso de la impotencia, el peso de sentirse encerrado tras un muro frente al mundo, de ser uno mismo con uno mismo y nadie más. Nunca me había odiado tanto a mí mismo como ese día.

Volví a mi casa, me tumbé en el sillón, y allí me quedé el resto del día. Un día más, un ladrillo más en el muro

lunes, 7 de enero de 2013

Recordando uno de mis primeros poemas

Pues en ciertos momentos uno vuelve la vista atrás y le da por leer lo que hace un tiempo escribió. En este caso he leído un poema que escribiría hace como unos 9 meses, lo que en realidad no es demasiado tiempo pero teniendo en cuenta todo lo que he vivido desde entonces hasta la actualidad podría definir varios puntos y aparte en el trayecto desde aquel entonces hasta la actualidad.

Es un poema que en su momento significó mucho para mí y que ahora lo leo y sigue teniendo un gran significado. No me considero un gran escritor, de hecho últimamente apenas escribo, pero a este poema le tengo un gran cariño y es por ello que lo publico aquí. En su momento le di dos nombres uno era "El enamorado del nombre escondido" y el otro "Amor mudo". Ambos tenían su razón de ser, pero actualmente me decanto más por el segundo título.

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En uno de estos eternos viajes
por estas oscuras y andrajosas calles
He encontrado tu morada,
tan escondida, tan aislada


Con tu máscara tan atada
ocultando el rostro entristecido,
observas tras tu ventana
el mundo frío y dormido
mientras gime y grita tu alma


Pero puedo ver a través de tu rostro,
tu centelleante sonrisa no me engaña.
Puedo ver las lágrimas de tus ojos,
la oscura profundidad de tu mirada,
la belleza que de ti emana.


Tras todas estas falsas apariencias
escondemos nuestras emociones,
nos alejamos de la audiencia,
reprimimos nuestras pasiones,
nos compadecemos de las dolencias


Incansable buscas tu esencia
y no te percatas del vagabundo
que tras tu puerta hace presencia.
Encerrada tras ese incansable muro
mientras yo espero con impaciencia


Aunque caminamos en el mismo lugar
perdidos en busca de respuestas,
no puedes verme tras tu muro de cristal
mientras cargas con la piedra a cuestas


En la calle espero a que estés dispuesta
mientras que el punzante frío de la melancolía
sube a través de mi espalda con agonía,
ansiando de ti alguna respuesta.


Los escritos del muro de soledad;
Las canciones torpemente cantadas;
La poesía que ansía libertad;
Mi miedo e inseguridad;
mis intenciones siempre frustradas;
Mi amor sin final.
¿Debería dejarlo todo tras tu ventana?
¿O debería esperar?